El Mundo vuelve a ser Místico

La experiencia mística es un excepcional arrebato que no tiene nada que ver con los sentimientos ni con el egoísmo consumista; es más bien una forma de comprensión que deviene de manera directa sin que medie la mente con sus procesos dialécticos habituales. Es un perfume percibido; no es vendido ni comprado.

La vida dedicada al misticismo nace de una necesidad de entrega. No es una búsqueda externa para lograr serenar y reestructurar el mundo personal; ni es un conocimiento que procura una transformación interior.

El mundo místico es un mundo extraño: es dar, ofrecer, entregarse. No es un mundo de recoger ni de tomar. El místico es experto en darse a sí mismo, en entregarse total y completamente. Lo impulsa la creencia clara y básica de que existe algo más allá de lo que puede nombrarse y experimentarse.

El místico es un maestro en el arte de dar, en el arte de perderse. Al comienzo es una entrega en pequeñas cosas, una necesidad de entregarse a algo que no se sabe exactamente qué es. Es como un calor que consume y que con el paso del tiempo te convierte en fuego mismo.

Nadie puede imaginar cuánto llena de Amor la sensación de un instante pleno. Nadie imagina cuántos instantes posteriores pueden colmar la sensación vívida de un solo instante pleno. Cuando uno se sumerge en instantes de ese tipo, la vida toma otro rumbo. La forma de ver las cosas adquiere un tinte totalmente diferente a lo común, a lo rutinario, a lo tedioso, a lo cansino, a lo desesperante, al desamor.

Esa condición superior de entrega posee cualidades eternas, inmutables, únicas, y se convierte en el eje central de la vida de la persona que intenta mostrarse y entregarse a algo que está más allá del sentimiento y del saber.

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